¿Y ahora qué?

¿Y ahora qué?

Abraham Sugimoto Oliden
abrahamsugimoto@gmail.com

Los resultados de los comicios en primera vuelta son evidencia de la debilidad de la democracia peruana, no por la naturaleza ni la oferta de las dos opciones -extremas y antagónicas- que irán al balotaje del 6 de junio, sino sustancialmente por la ausencia en las ánforas de al menos 7 millones de peruanos y de otros 3 millones que sí acudieron a las urnas, pero para viciar las cédulas electorales.

La suma de los votos de Pedro Castillo y Keiko Fujimori que disputarán la segunda vuelta apenas suman 4 millones 529 mil 371 (al 99.9% de las actas procesadas, ONPE a las 15:30 horas de ayer jueves 15 de abril), es decir, una ínfima proporción de los 25 millones de peruanos hábiles para ejercer su derecho a elegir. Así, cualquiera sea quien gane la segunda vuelta, tendrá una legitimidad de origen muy precaria.

Las voces que sostienen que estamos en una nueva etapa y se requiere, por tanto, una nueva mirada a partir de la realidad electoral surgida la noche del domingo 11, se equivocan en un asunto tan clave como sencillo de entender. Los votos nulos y blancos por su significativo número también valen en términos sociales y políticos, gritan a viva voz sentencias condenatorias a la clase política, son las gargantas agitadas que no mostraron apetito alguno sobre el menú de abril; pero nos recuerdan también el hartazgo vomitivo sobre los discursos retóricos poco decorosos ante las emergencias y urgencias nacionales, con la pandemia del coronavirus de por medio.

Y entonces, como lo dijimos el viernes anterior, hemos pedido todos, y los candidatos sobrevivientes para la segunda vuelta no deberían olvidar que tienen cuentas pendientes con el resto de ciudadanos que no le dieron el voto, y que deben considerarlo a la hora de ofrecer un nuevo menú, que sin bien puede perder el sabor que le encontraron sus propios seguidores el último domingo, puede salvarlos temporalmente de la campana.

Porque el hecho es que el escenario de crisis política no se esfumará, por el contrario, recrudecerá ante el nuevo mapa político del país y del Congreso, variopinto el primero, multipartidario el segundo, salvo que sus organizaciones y representantes apuesten -a la luz de los hechos y los dichos del día siguiente- por algo que en el fondo no quieren: un acuerdo, un pacto político y social, aunque la Nación entera clame por el fin de la pandemia, la recuperación económica, la oportunidad para ascender a la superficie.