El juego político en el país nos está volviendo zombies. Nuestras causas comunes solo han quedado reducidas a cuando juega Perú en un estadio vacío.
Ahora estamos fragmentados, etnografiados y polarizados.
No tenemos instituciones fuertes y convocantes que sirvan como núcleos de cohesión e identidad social y que nos ayuden a reencaminarnos en una causa común.
Nuestra institucionalidad pública y privada está débil, corroída por la coima, la ineficiencia y la oscuridad.
Las industrias culturales como la música, el turismo y la gastronomía peruana, nos llenan de orgullo y sentimiento, pero no operan como elementos vivos que construyan objetivos nacionales. Por el contrario, hoy en este contexto cruel de pandemia e inestabilidad económica se debaten por la subsistencia.
Los intangibles sociales, como la confianza, la identidad nacional y la visión de futuro, han quedado reducidos a los símbolos patrios, y ni siquiera el bicentenario de nuestra independencia ha sido capaz de levantar, por encima de nuestras diferencias, un nuevo proyecto republicano de país: con crecimiento pero también con equidad, con libertad pero también con inclusión, con democracia pero también con bienestar social.
Por otro lado, los representantes y actores políticos, con una pésima lectura de los resultados electorales, y con escasísimo sentido de responsabilidad por el futuro, protagonizan un partido del pasado, un ajuste de cuentas sin propósito, una reyerta sin árbitro, un deterioro sin fin.
En síntesis, nuestros activos como ciudadanos peruanos cotizan su valor más bajo en la bolsa de reservas morales y humanas.
La desconfianza, la incertidumbre y la intolerancia son los indicadores que mejor miden la calidad de nuestros diálogos en las redes y espacios públicos.
Así estamos, nos hemos robado la ilusión. Debemos reaccionar con sensatez y urgencia. Reencontrar la causa común.
Te lo debemos Perú.