Literatura erótica: la enunciación del deseo

Todas las épocas y todas las sociedades, sea como industria religiosa, como expresión pagana, como pasatiempo de los nobles, o simplemente como contracultura popular, se solazaron en sus propias historias eróticas. Este tipo de literatura tiene como finalidad despertar en el lector el recóndito instinto de la sensualidad, acercarlo a ese apremiante estado de lascivia que, secretamente, late debajo de nuestra falsa piel de lectores. 

En respuesta a esos apremios humanos de los que los literatos tampoco estuvieron exentos, todos, sin excepción, hemos cedido en algún momento a la tentación de describir una escena sexual,  versificar un poema que agasaje al sexo, componer picarescas comedias de enredos genitales, cuentos de alta lubricidad y novelas de intensa lascivia, para así rendirle culto a los exigentes dioses de la complacencia amatoria. 

GRECIA, LA PRIMERA. Estudiosos y defensores de esta vertiente  remontan los primeros textos eróticos a la Antigua Grecia y citan entre sus cultores a celebridades de la literatura clásica. «La antigua comedia griega nació en las fiestas anuales en honor de Dioniso, dios del vino, donde se cantaban himnos licenciosos celebrando al falo. Dioniso había sido descuartizado en su juventud por los Titanes, pero Démeter, diosa de la vegetación, reunió los pedazos para hacerlo resucitar. Llevar un falo al templo de Dioniso tenía para el pueblo griego el sentido simbólico de contribuir al renacimiento del dios aportándole el órgano esencial que le habían quitado los Titanes», escribe, en su historia de la literatura erótica Alexandrin. En efecto, quedó registrado en la historia que en las aldeas griegas antiguas se formaban cortejos llamados «faloforias», durante los cuales cada familia portaba una verga a la manera de un cirio y en sus lúbricas procesiones se entonaban cantos fálicos y se intercambiaban bromas obscenas. Al parecer, la comedia antigua cimienta sus inicios en estos grotescos rituales dionisíacos, pues esta entusiasmada celebración incluía farsas y primitivas representaciones teatrales con fuertes cargas erógenas.

En una liberrimidad como aquella no parece inapropiado que Aristófanes, escribiera Lisístrata, la primera obra memorable del erotismo iniciativo, en donde la protagonista convoca a las jóvenes atenienses a una huelga de relaciones amatorias para interrumpir la guerra del Peloponeso. La asamblea de las mujeres es otra obra en la que Aristófanes, con igual vena erótica, humorística y gremial (incluyendo a veces hasta lo procaz), hace de lo sexual un lugar común. 

Safo de Lesbos, una de las grandes poetas de la humanidad, es la encarnación de la sensualidad más fina y selecta. Muchas veces amó a sus discípulas (me cae a raudales el sudor / Tiembla mi cuerpo entero / Me vuelvo más verde que la hierba) y muchas veces les escribió los más estremecidos poemas eróticos.

La más antigua narrativa sensual, por otro lado, sienta sus bases también en territorio griego. Entre las referencias más remotas se cuentan los relatos milesios, que eran un acopio de chistes en función de las licenciosas costumbres de los habitantes de Mileto, transmitidos oralmente. Estas ocurrencias fueron reunidas por Aristides de Mileto en su compendio Milesiarcas, que, según se dice, desató una verdadera fiebre de erotismo en Jonia. Habrían de pasar cientos y cientos de años para que otro latino de raigambre, Giovanni Boccaccio, resucitara la misma potencia erótica en Decamerón.

Meleagro es el autor de la primera antología de epigramas eróticos y  Sotades el poeta más obsceno de la antigüedad. A partir de los provocativos postulados de este último se instauró la expresión «literatura sotádica», aplicable a los textos antiguos sobre temas sexuales. La novela pornográfica más antigua se le atribuye a Luciano, escritor griego de origen sirio, autor en la segunda centuria de nuestra era de Diálogos de las cortesanas. En este entretenido libro, las prostitutas griegas entablan interminables conversaciones donde describen sus más inspirados juegos carnales.

ROMA, LA DIVERTIDA. Fundada sobre las formas griegas, pero con una lujuriosa cultura propia, opulenta en obscenidades y ocurrencias, la literatura erótica romana expone obras de mayor refinamiento. Sobresalen entre ellas las comedias de Plauto, la poesía de Catulo, las sátiras de Horacio, los epigramas de Marcial, los textos satíricos de Juvenal y los tratados de Ovidio sobre el buen amar. 

Sin embargo, uno de los libros capitales de esta época es El satiricón, de Petronio, del que solo quedan parte del libro XV y XVI. Este libro trata del mundo de los sátiros (lleno de burla y elementos lúdicos), donde la dimensión erótica se pone de manifiesto en la descripción de los excesos, de la gula, del hastío. En el fondo la larga novela es una apología a todos los pecados del hombre, pero, sobre todo, a la lujuria, que se hace presente en cada recodo, en cada pliegue del libro. Esta novela contiene muchas novelas y varias de ellas aparecen recubiertas por un erotismo palpitante, sostenido, llegando incluso al homoerotismo. La vena humorística del libro no pierde nunca su filón erótico: Príapo (un dios en forma de pene erecto) perseguirá en toda la novela al protagonista para vengarse de él, en clara ironía al dios Poseidón que lo hace con Ulises en La Odisea.

Otra novela importante de esta época es El asno de oro, de Apuleyo, cuyo tema erótico radica en un hombre convertido en burro que deleita a una dama. Se trata de una  novela de lances, en la que Lucio, por unas malas prácticas de Fótide (aprendiz de hechicera), se convierte en asno. Mientras se van desarrollando las diversas aventuras, y el asno humano espera su reconversión, somos testigos del deseo de Lucio, que a veces se ve satisfecho con sus recuerdos erógenos, o su imaginación más candente.  

Como puede  verse, Grecia y Roma son dos de las primeras civilizaciones donde la literatura erótica ancló sus eslabones. Hubo, desde luego, otras civilizaciones que derramaron miles de historias voluptuosas a modo de coloradas serosidades. Una de ellas es el Japón, donde germinaron los Shungas, escritos eróticos ilustrados, y, en el siglo X, la dama Onogoro, escritora de los relatos más bellos de toda la literatura sicalíptica (pocos pueden olvidar la turbadora sensación al leer el hermoso cuento llamado El pez frío, en el que una mujer encerrada por su marido en una gran mansión, traba amistad con un delfín que vive en su alberca, con el que terminará teniendo un acercamiento zoófilo).  

En China, durante la dinastía Ming, se publicaron tres relatos eróticos con el título Bella de candor. Pero probablemente es la India  la civilización donde el arte erótico tocó su punto cenital, pues las obras más influyentes de la literatura sensorial son el Kamasutra, el Ananga Ranga y el Koka Sastra, verdaderas enciclopedias de filtros, poses y consejos sobre el amor.  

La literatura hebrea se regocija en el erotismo poético más selecto inspirado en la espiritualidad divina y plasmado en el Cantar de los cantares. Arabia tampoco se arredra y, aunque tardíamente, nos presenta uno de los mejores compendios de la literatura erótica: la última parte de Las mil y una noches.

Todas estas manifestaciones pertenecen a la imprecisa zona entre el deseo y los sueños húmedos que nos revuelven a todos por las madrugadas.