¿Hay algo en que coincidan Pedro Castillo y Keiko Fujimori? En NADA. La estrategia electoral los obliga a no parecerse en nada, a no concordar, a tomar distancia extrema.
Representan el agua y el aceite, la paja y el trigo, el mal y el peor. No hay señales de propósito común, de visión compartida de futuro, de imagen objetivo de país. En esta segunda vuelta, ninguno de los dos candidatos ha buscado que los ciudadanos encuentren algunas zonas de concordia o centros políticos que los persuada y seduzca. Por el contrario, han sido promotores de una polarización irreconciliable, de una división del país en dos bandos incapaces de resolver sus diferencias ideológicas en el marco del sentido histórico y compromiso cívico que demanda el bicentenario.
Hoy, es común en las publicaciones del ciberespacio tropezarnos con epítetos que esconden nuestro grado de inmadurez política y ciudadana: “Lacra, vago, corrupta, inmoral, traidor, terruco, pobre diablo, criminal, etc.”, son parte del fraseo insultante que no argumenta nuestras diferencias sino las marca con sangre, sin el mínimo reparo en el daño social.
El debate técnico fue otro ensayo de alto riego y con adelanto de condena. Estaban ahí dos células de aniquilamiento, con ganas de destrozarse mutuamente, de agarrarse a palos, de ajustar cuentas al puro estilo del sicario. Por encima de los datos se imponía la soberbia. La reyerta callejera se disfrazaba de propuesta técnica. En todo el debate, no se levantó una línea de consenso, como si no tendríamos historia. Cada uno con sus planes incompatibles. Nunca se tejió un puente para el Perú.
Detrás de la platea, nosotros. Una turba de “zombies” e incondicionales aplaudiendo la altisonancia, la fragmentación, la gresca.
¿Todas esas venas abiertas van a cicatrizar sin problema? ¿Tendremos oficio suficiente para pasar la página, gane quien gane, el 6 de junio? ¿Nos sumaremos “democráticamente” a construir las reformas impuestas por la mitad del país?
La alta intensidad y baja calidad de esta contienda electoral atrapa, crepita y embrutece.
Tal vez ya no sea importante quién gane. Tal vez sea más importante verificar si hay posibilidad de futuro inmediato para un país polarizado y perturbado. Vayamos soltando la agresividad y la intolerancia porque esto no pinta bien. Vamos a necesitar que en UCI nos entuben una dosis de sensatez, para poder mirarnos otra vez.