Ollas de la esperanza: Convirtieron una Pampa en cocina

Cada uno de los vecinos de Ampliación de Embabaja de Japón zona A, donaron calaminas para adecuar un espacio para la olla común.



El almuerzo está en los últimos minutos de cocción, por eso las mujeres descansan un rato en unas bancas armadas con sillares y tablas de madera. A pesar de las ráfagas de viento que constantemente hay en el lugar, el calor en la cocina puede volverse un poco sofocante no solo por la estufa sino porque las calaminas aumentan la temperatura del mediodía.

Esas mismas calaminas fueron parte de la cada una de las viviendas de los vecinos, las donaron para evitar que el polvo y la tierra afecte la preparación de los alimentos de las integrantes de la olla común Sumaq mikuna wasi que diariamente repartían a un centenar de personas de la asociación Ampliación Embajada de Japón zona A.

Los primeros 15 días, aproximadamente, los vecinos cocinaban a leña en un terreno que solo era una pampa –ahora han habilitado una entrada-, cuenta Emily Churata, impulsora de la cocina popular.

“Yo tengo aquí un terreno y las veces que venía, veía la necesidad de los vecinos, por ello busqué hablar con ellos para poder unirnos, y así comenzó, uno traía un kilo de papa otros un poco de chuño, así empezamos, de cero”, dice.

RETOS. La falta de agua ni la ausencia de energía eléctrica fueron motivos para dejar de seguir sirviendo a quienes lo necesitan más, pero la escasez de alimentos estuvo a punto de apagar la cocina popular, en agosto y en noviembre.

No teníamos apoyo –recuerda Churata- no había víveres, pero ese día que cerraron los vecinos llegaron como todos los días hacer la cola para comprar su almuerzo de un sol, con sus envases en mano. “Teníamos que acomodarnos, por ellos seguimos, son nuestro motor y fuerza. Sacamos adelante todo con sacrificio”, señala.

Cada una de las familias ha sufrido de diferentes maneras, pero aún así continúan apoyándose los unos a otros. Como Francisca Sucasaca, vive sola, sus hijos están lejos debido a la edad y su delicado estado de salud no puede trabajar, por eso ayuda en lo que puede en la olla común.


Antes de iniciar el proyecto, Celia Ramos vendía helados y en las tardes mazamorra, era la fuente de ingresos para mantener a su familia, sus tres hijas, pero con la pandemia no pudo continuar, tenía que cuidar a sus hijas, además de apoyarlas en sus clases virtuales. Ser parte de la cocina popular, dice, fue un gran apoyo.

El reto fue doble para Celia y las clases de sus hijas, las velas fueron su único aliado en los últimos 12 años que se decidió instalarse en su lote, no era rentable alquilar viviendas o habitaciones en el sector de Buenos Aires.

ESPERANZA. “Fue totalmente un apoyo porque no podíamos salir a trabajar, no tenemos luz, aunque algunos se alquilan, pero los que no tenemos plata, cómo hacemos. Vengo todos los días a consumir y cuando tengo tiempo vengo apoyar, si quiera a pelar papas”, dice Luciana Mollo.

En medio de la tormenta, han sabido protegerse, Emily cuenta que ninguno de sus vecinos se contagió del Covid, permanecieron en sus casas, la mayoría; y en navidad pudieron organizar una chocolatada. Emily, quien todavía no vive en el lugar, pero viene constantemente a ver a su mamá Yovana (cocinera y presidenta de la olla común) y a sus vecinos, consiguió el apoyo de sus jefes y otras personas para realizar el compartir.

“Ahora necesitamos un módulo porque el local es inseguro, cuando hay lluvia se inunda; pero por la necesidad los vecinos nos dicen que continuemos. Tenemos donaciones a veces y el local no es adecuado para guardarlo y no es seguro”, puntualizó.

Afortunadamente, consiguieron la donación de ollas y cocinas, pero ahora los alimentos son escasos, por ello ya no preparan desayuno como solían hacerlo, esperan que ciudadanos, instituciones u autoridades puedan seguir apoyando para mantener viva esta cocina popular.