¡Hey! Burgomaestres

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Marcelo Rodríguez Rivera
cmarcelorr@gmail.com

Hay que avisarles a los alcaldes que ahora que la circulación de vehículos es reducida pueden adoquinar calles y avenidas, o por lo menos colocar piedras en los huecos que hay en el asfalto de la calzada, que no está demás ocuparse en algo.

Los fines de semana no hay vehículos particulares y diariamente tenemos ocho horas de toque de queda, es decir, hay tiempo de sobra para que esta caterva de improvisados se aboque a la elemental tarea de asegurarnos un tránsito, al menos decoroso. 

Casi todo el entorno del centro comercial de Porongoche está como si hubiera recibido fuego graneado, al igual que el carril de bajada de la avenida Avelino Cáceres, y también varios tramos de las avenidas Metropolitana, G. Civil y V. A. Belaúnde…, entre otras.

Llovió un par de días al inicio de este año, pero fue suficiente para dejar en evidencia la endeblez del asfalto que los ediles suelen contratar para tener que hacerlo cada cuatro o cinco años y así enriquecerse junto a la constructora de turno.

Sería verdaderamente entretenido que los alcaldes hagan un relato pormenorizado de todo lo que hicieron en los últimos doce meses, en que además de no tener que verles las caras a los dirigentes de sus sindicatos, se libraron de las marchas y hasta de los vecinos.

Un año en el que nadie se acordó de ellos y en el que tuvieron el tiempo suficiente para imaginar una y mil formas de engordar sus cuentas con acciones en la sombra, es decir licitaciones y concursos de precios. Lástima, no tuvieron comisiones de festejos, ni reinados. 

Si fueran realmente consecuentes ante la reducción del canon minero y los ingresos que por ese concepto tienen, y que será menor en los siguientes años, deberían haber salido ya no solo a defender, sino a exigir el inmediato inicio de Tía María.

Un imposible porque además de incapaces viven asustados por los lumpentambos y la turba antiminera neomarxista, exhibiendo como único argumento la falacia de la licencia social, que es solamente un cobarde encogimiento de hombros.

Eso si la tembladera y la mudez se acaban cuando se trata de pedirle algo a la minera y es que no hay forma más gratificante que hacer caridad con el dinero ajeno: oxígeno, desinfectante, medicinas, alimentos y un largo etcétera, porque es mejor pedirle al enemigo y negarlo, que llevarse la mano al bolsillo.