elandvera@gmail.com
En sector apreciable del electorado peruano considera que los graves problemas nacionales solo serán solucionados aplicando “mano dura”, es decir, suspendiendo o aminorando las prácticas democráticas, participativas o de diálogo. Quienes apuestan por el rigor de la disciplina parten del argumento que nuestros ciudadanos son como menores de edad que solo reaccionarán aplicando la fuerza y el exceso de autoridad. Lo que olvidan es que esa solución ha sido dominante en nuestra historia republicana, especialmente con la presencia de militares encabezando gobiernos de facto. O el caso de gobiernos cívico-militares como el caso del fujimorismo, en la década de 1990.
La necesidad de “mano dura” y su promoción a los cuatro vientos es la expresión de la llamada tradición autoritaria. Se trata de una vieja vertiente de la política y la sociedad peruanas. Es una forma peligrosa de recorte de derechos y descarada sumisión como mecanismo de solución. Cuando gobierna el autoritarismo, los ciudadanos se convierten en súbditos que obedecen ciegamente los mandatos del soberano. Ciertamente puede haber orden, pero es el orden de la quietud, la censura y el silenciamiento. Terreno propicio para que el soberano haga de las suyas e impere con total corrupción y abuso.
La “mano dura” es la renuncia y la falta de confianza en las potencialidades de los ciudadanos. Es abandonarnos al gobierno del “padre disciplinado” que hará todas las cosas por nosotros. Lo resaltante en los últimos días es que para las próximas elecciones hay algunos candidatos que están proponiendo públicamente la “mano dura” como política de Estado. Curiosamente quienes se encuentran en los extremos del espectro político, es decir, la extrema derecha y la extrema izquierda son posiciones que coinciden en la salida autoritaria. Y eso no solo sucede en el Perú, pasa en muchas partes del mundo.
La “mano dura”, entonces, aparentemente es una solución, pero son más graves las consecuencias que produce a la larga. Que quede claro, estimular la minoría de edad no es ninguna salida. Los graves problemas de la vida ciudadana se solucionan con compromiso, respeto a la ley, autoridad legítima que lidere las transformaciones y una dosis fuerte de toma de conciencia y educación. De lo que se trata es de impulsar la responsabilidad en los ciudadanos, premiar las acciones individuales o colectivas que expresen ideas de progreso y solidaridad, motivar la toma de decisiones en medio de climas de participación y diálogo.